2 dic 2009

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Cuenta la historia de un hombre, que al llegar a su casa, era una persona completamente distinta a la que se veía por fuera. Su familia... Su esposa y sus hijos eran los afectados, mientras que de las puertas para afuera, todo parecía ser de un hermoso y claro color de rosa, la familia que toda persona desearía.
El hombre, siempre que llegaba a su casa, gritaba. Trataba mal a quien quiera que se le cruce. Por cada paso, se escuchaba un 'Ay, dios'. Por cada palabra de su familia, se sentía un aire a ignorancia. No importaba si lo que tenían para decirle era importante. Nada importaba. Solo estaba en esa humilde casa para comer y dormir. Solo eso.
Una tarde, mientras el hombre se encontraba trabajando en la calle, uno de sus tantos amigos se acercó.

-¿Cómo andás?- Le preguntó.
-Acá, siempre con lo mismo. El dinero.-
-Si, yo también ando igual. Pero gracias a dios que lo único que tengo firme es la familia.-
-¿La familia?- Preguntó el hombre.
-Si. ¿Qué cosa es más linda que recibir un abrazo de tus hijos ni bien abrís la puera de tu casa? ¿O qué es más lindo que tu mujer te reciba con un cálido beso?- Respondió.
-Tienes razón.- Dijo. -Por suerte, yo también tengo bien firme a mi familia.-

Esa tarde, el hombre volvió a su casa, recordando las palabras de su amigo. Tomó las llaves, y entró. Cerró la puerta y se quedó parado ahí, esperando.
Hubo silencio en toda la casa. Nadie fue a recibir al hombre.
Se quedó pensativo unos instantes, y volvió a salir. Entró en el auto, y condució hasta la casa de su amigo. Tocó timbre, y le abrió.

-¿Qué te trae por acá?- Le dijo su amigo.
-Es que no lo entiendo. Entro a casa, y nadie me recibe.- El hombre lo miró, y se quedó pensando.
-¿En realidad tu los tratas bien?- Preguntó. El hombre se quedó inmovil. Miró a un punto fijo, y miles de imágenes de cuando trataba mal a su familia, se le vinieron a la cabeza.
-Creo... Que no del todo.- Terminó por decir.
-¿Y eso porqué?-
-Bueno, verás... Los problemas de no conseguir dinero me ponen de mal humor, y me alteran. Y creo que... no estoy pasando el tiempo suficiente con ellos. Creo.... que ni siquiera conozco bien a mis hijos.- Al hombre se le inundaron los ojos con lágrimas.
-Hey... No aflojes. Mira... ¿Ves ese árbol que está en la puerta de la entrada?- Le señaló el amigo. El hombre se dió la vuelta. -Siempre que estoy por llegar, nunca me olvido de colgar todos mis problemas en él. Después, entro a mi casa, sin ninguna preocupación más que mi familia. Porque sé que en realidad, ellos están totalmente afuera de esos problemas que me ocurren a diario.-

El hombre lo miró, algo aturdido. ¿Y si de verdad él se estaba equivocando? Por preocuparse tanto de los problemas económicos, se olvidó que en su casa siempre está su familia esperándolo llegar. Así siempre fue.
Pero con el tiempo sus hijos y su esposa lo fueron dejando solo. Porque ya no soportaban más esa dolorosa ignorancia que él les daba.
Es entonces, cuando el hombre abraza a su amigo, le dá las gracias, y se vuelve a subir a su auto.
Maneja hasta su casa, y se para en frente al árbol que estaba en la entrada.

-Espero no te moleste que cuegue mis problemas aquí.- Le dijo el hombre al árbol. -Solo estoy tratando de arreglar mis errores.-

........

Ojalá algún día lo leas, y te des cuenta.

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